El eco by Henry James

El eco by Henry James

autor:Henry James [James, Henry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1887-12-31T16:00:00+00:00


IX

Las relaciones del señor Flack con sus viejos amigos no revistieron, tras su aparición en París, aquella familiaridad y frecuencia que habían caracterizado su trato un año antes: les hizo saber con toda franqueza que veía fácilmente que la situación era bien distinta. Habían entrado en los círculos de postín y el pasado les daba lo mismo: aludió al pasado como si hubiera abundado en mutuas promesas solemnes, en compromisos que ahora se rechazaban. «¿Qué ocurre? ¿Por qué no se viene algún día con nosotros?», preguntó el señor Dosson, al no haber percibido por sí mismo ningún motivo para que el joven periodista no pudiera ser un personaje bienvenido y oportuno en la Cours de la Reine.

Delia quería saber de qué estaba hablando el señor Flack: ¿acaso no conocía él a mucha gente que ellos no conocían y acaso no era normal que tuviesen su propio círculo? El joven abordaba la cuestión con humor, y era con Delia con quien principalmente se entablaba la discusión. Cuando el señor Flack sostenía que los Dosson lo habían «reducido», el señor Dosson exclamaba: «¡Bueno, supongo que volverá usted a crecer!». Y Francie observaba que de nada le iba a servir hacerse el mártir, puesto que ya sabía él perfectamente que con toda la gente famosa que veía y con tanto ajetreo se lo pasaba la mar de bien. Francie se daba cuenta de que ella misma estaba mucho menos accesible que la primavera anterior, puesto que mesdames de Brécourt y de Cliché (la primera mucho más que la segunda) la privaban de buena parte de sus horas. A pesar de sus protestas a Gaston contra una prematura intimidad con sus hermanas, pasaba días enteros en su compañía (tenían tantísimo que contarle acerca de la que sería su vida futura, por lo general muy agradable), y pensaba que estaría bien que en estas temporadas Flack se dedicase a su padre, e incluso a Delia, como solía hacerlo.

Pero que la naturaleza del señor Flack pecaba de cierta insinceridad lo demostraba que ahora tendiese a visitarlos poco. Era evidente que no le importaba su padre por sí mismo, y, aunque el señor Dosson era el hombre menos quejicoso del mundo, Francie adivinó que sospechaba que su viejo amigo se había distanciado. Se habían terminado las correrías por lugares públicos, eso de probar cafés nuevos. El señor Dosson tenía a veces el mismo aspecto que había tenido antaño cuando George Flack los «localizaba» en algún sitio, como si esperase ver a su sagaz cicerone volviendo apresuradamente junto a ellos, con su gabán parduzco ondeando al viento; pero esta expectativa solía disiparse. Echaba de menos a Gaston por las numerosas ocasiones en que le había encargado la cena aquel invierno, y el conde y el marqués, cuyo dominio del inglés era tan parco como abundantes eran sus otras distracciones, no buscaban su compañía. El señor Probert, a decir verdad, había manifestado cierto espíritu confraternizador; había ido un par de veces al hotel desde la partida de su hijo, y había dicho, sonriendo y con tono de reproche: «¡Nos tiene usted abandonados, abandonados!».



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